Érase una vez un perro travieso y curioso que vivía en un pequeño pueblo junto a un hermoso río. Este perro tenía un gran aprecio por sus juguetes y se enorgullecía de ellos. Un día soleado, mientras paseaba cerca del río, notó su reflejo en el agua. Fascinado por la imagen, pensó que se trataba de otro perro y decidió jugar con él.
El perro ladraba emocionado, pero para su sorpresa, el reflejo también ladraba en respuesta. Esto lo emocionó aún más y, sin dudarlo, saltó al río con la esperanza de hacerse amigo de su reflejo. Sin embargo, al entrar al agua, su reflejo se desvaneció, lo que lo dejó confundido y desilusionado.
El perro no entendía que su reflejo en el río no era un verdadero amigo, sino solo una imagen de sí mismo. Intentó varias veces hacer que el otro perro en el agua jugará con él, pero cada vez que saltaba al río, el reflejo desaparecía.
Cada día, el perro regresaba al río para encontrarse con su “amigo” y cada vez, la misma desilusión lo invadía al darse cuenta de que el reflejo no era más que una ilusión. El perro se sentía solo y confundido, sin comprender por qué no podía hacer que su supuesto amigo lo acompañara en sus travesuras.
Un día, mientras estaba cerca del río, vio a otro perro real que estaba jugando con su dueño. El perro se acercó y trató de jugar con ellos, pero para su sorpresa, el otro perro huyó asustado. El dueño del perro real se rió y le dijo: “No te preocupes, mi perro es tímido y no le gusta jugar con extraños”.
El perro comprendió que el otro perro tenía sus propios miedos y preferencias, al igual que él. Entonces, miró nuevamente su reflejo en el río y se dio cuenta de que el “otro perro” en el agua también era él mismo. Fue en ese momento que comprendió que el reflejo no era más que una imagen y no un verdadero amigo.
El perro decidió dejar de perder tiempo tratando de hacer amistad con su reflejo y comenzó a buscar compañía real. Se hizo amigo de otros perros en el pueblo y descubrió que compartir sus juguetes y aventuras con otros era mucho más satisfactorio que jugar solo.
Con el tiempo, el perro se dio cuenta de que las verdaderas amistades se basan en compartir momentos especiales y apoyarse mutuamente, no en ilusiones o apariencias. Aprendió a valorar las relaciones reales y a disfrutar de la compañía de sus amigos caninos.
La moraleja de esta fábula es que debemos valorar y apreciar lo que tenemos en la vida, en lugar de perder tiempo persiguiendo ilusiones o deseando cosas que no son reales. Además, nos enseña que la amistad verdadera se construye en base a compartir momentos auténticos y disfrutar de la compañía de aquellos que nos valoran y nos quieren tal como somos.
El perro aprendió una valiosa lección sobre la importancia de vivir en el presente y disfrutar de las relaciones reales, en lugar de perderse en ilusiones o fantasías. A partir de ese día, el perro fue más feliz y vivió una vida llena de alegría junto a sus amigos verdaderos. Y así, todos los animales del pueblo aprendieron una lección valiosa gracias a la fábula del perro y su reflejo en el río.